Azaak, a sus 18 años, no alcanzaba a comprender que, más allá de donde nace y muere el sol, existiera una raza tan poderosa como misteriosa. En la aldea corría el rumor de que hombre, con la tez blanca como la harina y con vello por toda la cara, habían venido flotando en montañas y estaban cerca de su poblado, mostrando ropajes imposibles y blandiendo cuchillos que escupían fuego y muerte.
Para ser la menor de cinco hermanos, Azaak poseía una inmensa sabiduría y una gran responsabilidad. Desde pequeñita había desarrollado la capacidad de hablar con los árboles y de leer los mensajes que las nubes le mandaban. Se sentía en perfecta comunión con la naturaleza, a la que llamaba Hermana.
Aquella mañana, su corazón le había avisado que un peligro desconocido moraba entre los suyos. Más tarde, tuvo noticias de aquellos seres con dos cabezas y con patas de bestia, y de la intención de éstos de hacer prisioneras a toda hembra sana que estuviera en la edad de procrear.
Y fue en ese instante, cuando la vi, en el que supe que no había conocido la belleza en su totalidad, hasta que sus ojos me taladraron con una duolce e inquisitiva mirada. Me encontraba frente a ella y, a mi lado, Jerónimo de Aguilar, naufrago español que arribó a la Costa Maya ocho años antes de la llegada de Cortés y que, además, hablaba la lengua de los nativos con cierta soltura y solvencia.
Junto a Aguilar y a mi, arremolinadas en torno a esa bella indígena, se encontraban ancianas emitiendo chillidos desgarradores y sollozando desconsoladamente. Poco a poco, me fui abriendo paso ante aquella multitud y pude ver cual era el motivo de tanto solor y desconsuelo. Tumbado en un pequeño lecho de hohas verdes, yacía una criatura de no más de cuatro años. Sus pequeños ojos me hablaron como intentando hablar, su tez morena y su largo cabello estaban empapados en sudor y su respiración había perdido toda cadencia natural. Con un movimiento rápido, pero delicado, Azaak levantó su cabeza y apaciguó un tanto su agonía, dándole a beber agua de su propia mano.
Diles mi nombre, y que si en algo puedo servir, muy gustoso habré de hacerlo. Y diles también, Aguilar, que no teman, que nada malo esperen de mi. -comenté con humildad-. Jerónimo de Aguilar, intercambió unas palabras con Azaak. Tras una breve pausa, que ami me pareció una eternidad, Aguilar se incorporó y me dijo: "Se está muriendo, Pedro, tiene una grave dolencia, pero sus corazones no lloran por su marcha, sino porque nos han ordenado deternerles y la niña se quedará sin su canción del Alma".
¿A qué te refieres?. -pregunté-
-Ellos creen que debemos estar preparados para el último viaje, al igual que debemos estar preparados para la vida , y si no permitimos que estas gentes hagan su rito, el alma de esta niña vagará por las tierras tristes.
¿Y cual es el rito? -volví a inquirir-
-Es una canción... "La canción del Alma".
- Diles que la canten. Les dejaremos el tiempo que haga falta. -concluí-
Atrás en la quietud, que tiñe toda piel
con los tonos de un final
Dejé al dolor volar, hacia mi libertad
Me citó la eternidad
Mi cuerpo se cansó
Mi vida bostezó
Pero mi mente sigue en pie
No es una cuenta atrás
Es otro ciclo más
Es un principio, no es el fin
Mi alma hoy quiere volar
Ser agua, ser brisa del masr
Y ser la flor que en tu jardín
Trepando llegue hasta ti
Es tan duro saber
Que en tu cuerpo también
Hay fecha de caducidad
Sé bien que he de librar
Una batalla mas
Que mañana otra habrá
Me puso la salud
Los cuernos con tu dios
Y mi sentencia dictó
En mis tinieblas hay
Una luz que al final
Arrulla mi corazón
Mi alma hoy quiere volar
Romper cadenas y soñar
Y con tu voz oírte hablar
Me llevo amor, me llevo paz.